El mar arrastra consigo una fuerza tal que todavía hoy puedo recordar cómo reventaron en mi cuerpo las olas de aquella playa de Anare. Playa equivocada, que ni siquiera era playa, océano abierto, peces medianos y grandes recorriéndonos los pies y miradas desconocidas en el mito de la juventud. Cumplí 20 años en una arena que nunca había visto, bañada por un mar nuevo, incesante y vasto, sólo para cinco niños en dos carpas. Hoy a casi un año me doy cuenta lo mucho que amé el 2018, odiándolo y llorándolo lo amé inocentemente, allí reside la magia de estas fotografías, la bruma de esos días ahora está despejada y el golpe de las olas es cálido y necesario.

Me encontré en las profundidades del silencio este 2019, es cómo despertar y olvidar que puedes decir, que puedes razonar, es dejarse llevar completamente por el instinto y la crudeza de los sentimientos. El mar es así, tú aceptas y amas toda la fuerza y la energía que te da, es vida porque actúa sobre nosotros sin preguntarnos y nunca terminamos por entender su forma, su tiempo o su movimiento.

El mar es ese espacio que cuando creemos dominado, viene nuevamente y te arrastra hasta donde ya no tocas fondo. El mar negro es ese sabor que te deja en los labios la certeza de que todo lo que toco está realmente en el espacio de lo desconocido.