Los voluntarios irlandeses de Franco (I)

in #guerra4 years ago (edited)

Es bastante conocida la participación de voluntarios extranjeros a favor de la República durante la Guerra Civil. Gente que acudía a España para luchar contra el fascismo que amenazaba Europa. Formaron las famosas Brigadas Internacionales, que pelearon con tanto ahínco en la defensa de Madrid.

Pero el bando sublevado también tuvo sus voluntarios. Muy pocos en comparación, alrededor de 1500; pero haberlos, los hubo. Estos venían a España, en general, para luchar contra los comunistas y para defender el catolicismo (recibían bendiciones del papa Pío XI, aunque de tapadillo, por supuesto). No meto en el saco las tropas enviadas por Alemania e Italia porque, tanto la Legión Cóndor como el Corpo Truppe Volontarie, estaban formados por soldados regulares de sus ejércitos. A Hitler le sirvió para ir entrenando a sus tropas; a los italianos les dieron para el pelo en Guadalajara, así que también se entrenaron para la que les caería después en Libia o en Grecia. Pero, de tropas voluntarias, nada. Tampoco los soldados portugueses, los «viriatos» que Franco vendió como voluntarios, y que eran, en realidad, soldados pagados por Portugal.

Como voluntarios de los de verdad podemos contar a unos centenares de rusos «blancos», que seguían luchando contra los bolcheviques fuera de la URSS (lo volverían a hacer en Finlandia unos años más tarde), a un destacamento de unos 300 franceses, el batallón Jean d’Arc, formado por miembros de partidos de extrema derecha, a otros ultraderechistas y antisemitas de Europa del Este, y a los integrantes de la Brigada Irlandesa, el más numeroso.


Eoin O'Duffy
Fotografía recuperada de Columna De-rutis Blog

Esta Brigada Irlandesa alcanzó bastante fama entre los franquistas, aunque, en realidad, hicieron poco; más bien nada. Estaba formada por cerca de 700 «camisas verdes» irlandeses bajo el mando del general Eoin O’Duffy. Este tipo era un dirigente fascista que había sido miembro destacado del Ejército Republicano Irlandés (o IRA) en la Guerra de la Independencia Irlandesa, y después jefe de la policía del país hasta 1933. Tras ser destituido de su cargo (se le acusó de conspirar para un golpe de Estado), se convirtió en el líder de distintos partidos y movimiento fascistas, como los blueshirt, ilegalizados después de intentar realizar una marcha sobre Dublín al más puro estilo del Ducce, o el National Corporate Party, cuyo grupo oficial de matones eran los «camisas verdes». Había llegado a liderar el Fine Gael, un partido conservador, pero lo abandonó cuando vio que no era admitida su deriva hacia la extrema derecha. A pesar de que estos grupos fascistoides eran bastante marginales, él se llegó a autoproclamar «el tercer hombre más importante de Europa», justo por detrás de sus admirados Hitler y Mussolini. Lo que nos hace una idea de su megalomanía galopante. Para cuando estalló el conflicto en España, es posible que estuviese ya planeando la manera de usurpar el poder. Y la formación de esta brigada obedecería a un intento por cubrirse de gloria y ganar la suficiente importancia política en Irlanda como para fomentar el ascenso del fascismo.

Al poco de iniciarse la Guerra Civil Española, la opinión pública irlandesa, profundamente católica, y la mayor parte de la prensa se posicionaron más del lado de Franco que del Gobierno legítimo de la República. Fue un aristócrata carlista el que contactó con O’Duffy y le sugirió la idea de formar una brigada de voluntarios. Y este, ni corto ni perezoso, viajó hasta España a principios de otoño de 1936 para presentar su oferta a los generales Mola y Franco. La respuesta fue muy favorable. A pocos meses del estallido de la guerra, a Franco le interesaba esta participación de irlandeses ultracatólicos para asegurarse el apoyo de los grupos carlistas y consolidar su situación. Sin embargo, para finales de año ya tenía ese apoyo asegurado y no mostró especial interés por estos voluntarios.

Eoin O’Duffy afirmó haber recibido 7000 solicitudes pero, por diversos avatares, solo salieron rumbo a España esos 700. La mayoría eran jóvenes de zonas rurales de la región de Munster, al suroeste del país, áreas bastante conservadoras. Al menos un tercio había formado parte del IRA durante la Guerra de Independencia y tenía algo de experiencia militar. También se contaba, entre ellos, hasta un centenar de menores. Pero Eoin se empeñaba en recalcar que se trataba de respetables trabajadores de todo tipo de oficios, no de aventureros, quizá en referencia a los que se unían a las brigadas internacionales. Como es lógico, sabían poco de España: que siempre había sido un país católico, como el suyo, que en el pasado también se habían enfrentado a los ingleses, y que ahora estaba llena de comunistas y de ateos que olían a azufre. Desconocían la compleja situación real del país al que se dirigían; por ejemplo, que había zonas en las que los soldados republicanos eran fervientes católicos, o que moros musulmanes luchaban del lado de Franco. No se imaginaban en el avispero en el que se metían.

En defensa de la religión

Pero hay que reconocer que los que se movilizaron lo hicieron a pesar de la oposición de su Gobierno. En línea con los acuerdos de no intervención, el ejecutivo tuvo que convocar al Parlamento de urgencia para promulgar una ley que multara con 500 libras a quienes participaran en el conflicto. Sin embargo, los voluntarios contaban con el apoyo de otra institución igual de poderosa: la Iglesia de Irlanda. Hasta las tierras de Hibernia habían llegado reportajes de prensa que mostraban la sangrienta persecución religiosa en la zona de los «rojos». Miles de monjes y sacerdotes estaban siendo asesinados, y todos estos hombres deseaban participar en esa «cruzada» que cardenales y obispos apoyaban públicamente desde el púlpito. MacRory, cardenal primado de Irlanda, expresó que ya no había «lugar para las dudas de lo que está en juego en el conflicto español: es una cuestión de si España permanecerá como siempre ha sido, una tierra cristiana y católica, o se volverá un país ateo y bolchevique». Y, en Nueva York, el cardenal Hayes denunciaba a «los enemigos sanguinarios y diabólicos de Dios y de su Iglesia». La Iglesia Irlandesa también se ocupó de recaudar fondos para la causa de los sublevados, tanto en Europa como en América. Había que vencer al comunismo; Franco estaba «defendiendo las trincheras de la cristiandad» y cualquiera que apoyase al Gobierno español estaba a favor de la quema de iglesias y el asesinato de sacerdotes.

El deán de la archidiócesis de Cashel dijo: «Han marchado a librar la batalla de la cristiandad contra el comunismo. Cúmulos de dificultades se yerguen frente a los hombres que manda el general O’Duffy y solo los héroes son capaces de combatir en esas condiciones. Quienes han quedado en casa pueden ayudar a la causa con sus oraciones»

Eoin O’Duffy: Cruzada en España, 1938

Así que la mayor parte de los voluntarios no se podrían definir como fascistas; en todo caso, les podía mover más un sentimiento anticomunista. Quienes los lideraban, con O'Duffy a la cabeza, sí que lo eran: antiguos blueshirts o greenshirts cuyos intereses iban más de simplemente salvar el catolicismo de España. Además, hubo también excepciones, gente que no se movilizó por ideales políticos o religiosos. Como aquel que se alistó voluntario para escapar de las consecuencias legales de un matrimonio bígamo; o el voluntario que se alistó pensando que el sol de España sería muy bueno para su tuberculosis (el muy ingenuo).

Rumbo a España

Los irlandeses comenzaron a partir, rumbo a España, a mediados de noviembre. Un mes antes, el propio Franco había frustrado un primer embarque desde Waterford alegando que la situación internacional lo desaconsejaba. Pero lo más probable era que el futuro dictador temiese que sus adversarios políticos carlistas se sirviesen de estos voluntarios ultracatólicos, así que, para limitar su número, dictaminó que entrasen en España en pequeños grupos y por sus propios medios. Unos 200 de ellos viajaron así, en pequeños grupos, vía Portugal; el contingente más numeroso, de 500 hombres, partió el 6 de diciembre del puerto de Galway. Fueron despedidos por una multitud, que les cantó «La fe de nuestros padres», mientras unos sacerdotes los bendecían y les entregaban medallitas milagrosas y libros de oraciones. Este grupo desembarcó en El Ferrol.

La Brigada Irlandesa recibió instrucción en Cáceres. La ciudad extremeña estaba fuertemente militarizada y servía como centro de instrucción para el ejército nacionalista. Los reclutas fueron instalados en unos pabellones militares habilitados en las afueras, mientras los mandos se alojaron en un hotel del centro. O’Duffy aprovechó el tiempo de adiestramiento de su brigada para recorrer la zona nacional y establecer contactos. Se entrevistó con Millán Astray, Sancho Dávila y Queipo de Llano.

El contingente irlandés tenía, en realidad, una función simbólica más que otra cosa. Más que ayudar, O’Duffy parecía estorbar a Franco. Había rechazado, por ejemplo, combatir en el Frente del Norte por los paralelismos que tenían con los nacionalistas vascos, católicos e independentistas como ellos. No obstante, el propio O'Duffy diría más tarde que los vascos «tienen tanto derecho a la separación de España como los seis condados del Ulster de Irlanda». Es decir, ninguno.

A los voluntarios se los encuadró dentro de la Legión como la XV Bandera, la «Bandera Irlandesa», dividida en cuatro compañías. Los únicos españoles de la unidad eran los oficiales de enlace. Los reclutas recibieron uniformes alemanes de la Gran Guerra que, al modo de los carlistas, decoraron con emblemas religiosos: rosarios, imágenes del Agnus Dei y sagrados corazones de Jesús. En las solapas hicieron brillar las arpas célticas, símbolo de su país. Su estandarte consistía en un perro de caza naranja sobre un prado verde. En un principio, los muchachos estuvieron al cargo de instructores germanos, pero pronto la responsabilidad pasó al capitán Manuel Capablanca. Durante su breve acuartelamiento, se les enseñó el uso de ametralladoras ligeras y morteros, aprendieron a lanzar granadas e hicieron prácticas de tiro con los rifles automáticos alemanes que se les había suministrado. Cada varios días, salían al campo de maniobras. No obstante, O’Duffy redujo la eficacia militar de su brigada al nombrar para los puestos de mayor responsabilidad a sus propios seguidores políticos, sin tener en cuenta su experiencia.

Pronto se hizo evidente que la XV Bandera era una tropa especialmente indisciplinada, borracha y pendenciera. La propia prensa irlandesa definió su estancia en Cáceres como una continua camorra tabernaria. Los peores enfrentamientos los tuvieron con las soldados marroquíes, con los que llegaron a acabar a tiro limpio, con un homicidio de por medio. Los cacereños habían recibido a los irlandeses con entusiasmo y grandes honores, y se habían habituado a verlos desfilar a misa los domingos y a que su banda de gaiteros participase en fiestas y procesiones, pero seguramente se sintió aliviada cuando por fin los movilizaron en febrero de 1937.

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