El cuento del león

Modesto Alaniz era un gaucho para “todo recado” como el mismo solía llamarse, entre los oficios habituales donde algunos se especializan en determinadas tareas, él prefería tomar empleo en cualquiera de las diversas actividades de la vida en las estancias patagónicas. Así podía ser domador, resero, peón raso o puestero. Sin embargo en lo que más sobresalía sobre el resto era en los cuentos.

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La vida del gaucho en esos lugares tan inhóspitos suele ser lenta y solitaria así que cuando algunos se podían juntar en algún puesto, pulpería o simplemente en el alto de las carretas para pernoctar, siempre había un pedazo de carne para asar, una ronda de mate y galleta para conversar y en ocasiones, si algún virtuoso formaba parte del grupo escuchar música o payar.

Modesto era muy conocido entre la peonada de las estancias de Santa Cruz por sus dotes de cuentista, comenzaba a hablar y a hilvanar historias hasta que lo tenían que parar. Todos sabían que eran fantasías creadas por su mente combinadas con algún trozo de historia real pero como el hombre tenía una gran facilidad de palabra entretenía y eso era suficiente para todos.

Las risas y los comentarios sobre sus historias eran frecuentes, en todas ellas aceptaba que estaba inventando, si no lo mencionaba directamente lo sugería con sus palabras o gestos. Solo había una historia que cada tanto contaba sobre la que no aceptaba dudas, había sido real y le había ocurrido a él mismo así que no podía haber risas ni suspicacias.

Esa historia hablaba sobre un león patagónico (en esos lugares se les suele llamar león al puma americano). Contaba Modesto Alaniz que un día estaba solo en medio de la inmensidad de la estepa patagónica, solo con una yunta de bueyes y una carreta rota llena de víveres y suministros para la estancia Santa Anita, otras dos carretas siguieron viaje cuando comprendieron que la suya no tenía arreglo y le prometieron enviar ayuda cuando llegaran al pueblo de Ranquin Malleo, distante unas 7 leguas al sur.

Así que se encontraba solo y tapado con dos cueros de vaca porque había comenzado a caer el sol y en las tardes de otoño el frío acorrala duramente. No era la primera vez que dormía en una carreta y tampoco solo, sin embargo siempre hay un temor a estar completamente desguarnecido.

En un momento mientras su mente pensaba en cosas mejores y trataba de conciliar el sueño un sonido lastimero le hizo ponerse alerta, pasaron un par de minutos y otra vez el mismo sonido que no llegó a interpretar. Sin ganas y con temor tomó un viejo revolver que siempre lo acompañaba pero que jamás había usado y salió a investigar, lo hizo rápido, antes que las sombras ocultaran la vista. No había hecho ni 200 metros y a su izquierda vio un movimiento extraño detrás de un espinillo, se acercó sigilosamente y vio un pequeño cachorro de puma atrapado por la cola con un alambre de púas el que a su vez daba un par de vueltas al tronco del espinillo.

Si bien era una cría de pocos meses no sería sencillo acercarse y además siempre estaba la posibilidad de que la madre estuviera rondando por ahí y entonces la situación empeoraría y mucho. Trató de desenredar el alambre de la planta pero no pudo, para peor la cola del felino estaba en carne viva, el bicho no entendía que lo quería ayudar y tiraba desesperadamente para librarse, con ello solo lograba lastimarse más y más.

Fue hasta la carreta y volvió con unas pinzas que usaban justamente para alambrar campos, tenía una muesca para cortar y la usó con pericia porque era una de las tareas en las que había venido trabajando últimamente. Pudo cortar el alambre y el pobre animal se fue corriendo con un trozo de unos 30 centímetros aun agarrado a lo que le quedaba de cola, más cerca no se animó a cortar. Pensó con tristeza que probablemente el puma no sobreviviera a la herida, era demasiado grande.

Pasó el tiempo y se olvidó del hecho pero un buen día cuando estaba arriando a unas ovejas vio merodeando un puma, le llamó la atención un par de cosas: el felino no parecía estar pendiente de las ovejas sino de él y además no tenía cola, solo un rabo de unos diez centímetros.

A partir de ese momento volvió a verlo en otras dos ocasiones y siempre tuvo la sensación que lo miraba a él. Fue por esa época que comenzó a practicar tiro con un fusil que le prestaron, no lo reconoció pero tenía miedo.

Una noche en que estaba durmiendo a la intemperie, en medio de un arreo de cien ovejas que llevaba de un corral a otro se despertó de pronto, a muy poca distancia de su cara tenía la de un gran puma, pensó que eran sus últimos minutos de vida, tontamente dejó el fusil lejos y su facón había quedado en la silla del zaino. Pero algo extraordinario ocurrió en esos momentos, el puma se acercó más y Modesto cerró los ojos esperando la dentellada, pero el felino solo le pasó la lengua por la cara, cuando volvió a mirar ya se alejaba lentamente.

Pudo ver gracias a la luz de la fogata que no tenía cola, solo un pequeño rabo de diez centímetros.

Héctor Gugliermo

@hosgug