El baldío

in #entropia5 years ago (edited)

Pocos años después de mudarnos al barrio de La Boca, mis dos hermanos y yo éramos unos niños felices, por supuesto que extrañábamos el tranquilo y apacible pueblo de Ensenada, muy cerca de La Plata pero lo suficientemente lejos como tener un patio de juegos de varias manzanas alrededor.

Justo frente a la casa que mis padres y mi abuela compartieron unos cuantos años, teníamos una linda plaza con grandes palmeras y otros árboles que ahora no puedo identificar. Solo recuerdo esas enormes arecáceas pletóricas de coquitos amarillos formando grandes ramilletes que tanto gustaban a los loros que por supuesto rondaban por allí por cientos.



En una oportunidad jugando con dardos caseros hechos con palillos mondadientes, una aguja, hilo y un cuadrado de papel de diario, uno de mis hermanos se escondía detrás del tronco de una de esas enormes palmeras mientras los otros dos arrojábamos nuestros pequeños y endebles dardos hacia el tronco tratando de acertar una envoltura de chocolate que pusimos como blanco, uno de los dardos no llegó con la fuerza suficiente ni la puntería necesaria y fue a dar al pie de Daniel, quien salió corriendo y gritando.

Mi mente se llena también de otros recuerdos como por ejemplo los juegos de “policía y ladrón” en el que intervenían todos los chicos del barrio, por supuesto se desarrollaban en la plaza en las cálidas noches de verano. Éramos enormemente felices por aquellos tiempos.

Volviendo al barrio de la Boca nos costó el cambio, pasamos de una cómoda casa en un pueblo tranquilo a un departamento chico y pocos lugares para jugar. Claro que era necesario el cambio ya que mi padre ya no tendría que viajar a diario entre Ensenada y la Capital Federal, además del dinero que gastaba en el viaje, el tiempo hacía que no tuviera vida más allá de su trabajo, el colectivo y el tren.

Para nuestra suerte a la vuelta del edificio donde vivíamos había un terreno baldío enorme al que los muchachos del barrio habían colocado dos arcos y se desarrollaban partidos de fútbol a diario, después de clases y hasta que nos vinieran a buscar. El predio era tan grande que en una esquina había una calesita que hacía las delicias de los más chicos quienes se entretenían girando sobre diversos animales de madera y tratando de ganar otra vuelta gratis tomando la sortija, mientras los mayores jugaban al fútbol.

El colegio también era un lugar de contención porque además de las clases diarias podíamos jugar en su patio y también en el “oratorio” que no era otra cosa que una gran sala con diversos juegos: metegol, billar de hongos, pool, mesa de ping-pong y ajedrez.

La calesita, aunque parezca mentira dio a mis padres y a mi hermano Daniel un gran dolor de cabeza, justamente dando vueltas sobre ella se cayó inexplicablemente y fue a dar con la frente contra una piedra que para su suerte era pequeña aunque puntiaguda y quedó ensartada como un diamante en el turbante de un jeque. Por supuesto fue llevado al hospital donde se la quitaron y le dieron dos puntos de sutura que le dejaron una marca para toda la vida.

Los fines de semana en la cancha del baldío se armaban partidos durante todo el día, incluso equipos de otros barrios venían a disputar la supremacía con el nuestro, eran encuentros difíciles y duros aunque siempre terminaban con un gran asado compartido entre todos.

Un triste día de marzo antes del comienzo de las clases, un amigo de esos que habían nacido para jugar al fútbol, vino llorando a contarme que algo pasaba con la cancha, la estaban alambrando.

Fuimos corriendo hasta el predio y efectivamente su aviso era totalmente cierto, muchos obreros trabajaban en la colocación de altos postes y un alambrado que obviamente iba a impedir que pudiéramos entrar y continuar con nuestra rutina.

A los pocos días un enorme cartel lleno de publicidades de elementos de construcción nos dieron la infame noticia final, se había acabado para siempre la cancha. Hasta la calesita debió ser desarmada y trasladada a un depósito, según su dueño hasta encontrar otro predio donde volver a armarla. En el lugar se construiría un complejo habitacional compuesto por 4 grandes torres de 14 pisos de altura, estacionamiento para los propietarios, jardines y un perímetro que les aseguraba el acceso privado y exclusivo a los adquirentes de los departamentos.

Hace pocos días en una de mis habituales visitas a mi madre que sigue viviendo en el mismo departamento que compraron con mi padre en la década de 1970, me asomé al balcón para disfrutar por un rato de la hermosa vista y al girar mi cabeza hacia la derecha vi los edificios, altos, bien pintados de verde y blanco, perfectamente conservados. No pude evitar recordar el predio, los arcos, la calesita y la imagen de tantos chicos que por culpa de la modernidad nos quedamos sin un sitio más para la diversión y el entretenimiento.

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La fotografía es de mi propiedad.
Héctor Gugliermo

@hosgug

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Bonitos recuerdos.. recordar es vivir un grato pasado. saludos @hosgug

Si, es bueno recordar, nos lleva a nuestras raíces y a ver un poco de lo que nos formó como personas. Muchas gracias por leer y comentar.

Que hermoso amigo @hosgug, que bueno poder recordar aún...Gracias por compartir tus experiencias en la plataforma. Hace tanto bien estos momentos y motivas a recrearnos y recordar los míos.

Por supuesto, además de gratos recuerdos sirven como una buena práctica de escritura. Muchas gracias!

Qué hermoso recuerdo, uno se traslada al pasado, como si fuera ayer.

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