Carlos Keen

En los alrededores de la ciudad de Buenos Aires, digamos a unos 100 kilómetros de su centro existen una cierta cantidad de pequeños pueblos otrora pujantes y activos que luego del cierre indiscriminado de ramales del ferrocarril en las últimas décadas del siglo pasado han visto como su actividad comercial decrecía y los jóvenes habitantes migraban hacia la gran capital en busca de un mejor porvenir.

Antigua estación del tren y museo

En realidad esta tendencia a abandonar regiones rurales para establecerse cerca o dentro de grandes ciudades no es nuevo y no es exclusivo de la Argentina, es un fenómeno mundial muy relacionado con el crecimiento desparejo, la ubicación de las universidades y la gran actividad económica de un sector en detrimento del otro.

Casa construida en 1911

Carlos Keen es un pequeño pueblo que nació y se desarrolló al amparo del ferrocarril que unía las localidades de Luján y Pergamino, este último un centro agrícola-ganadero de excepción. Pero como dije el cambio en la forma de transportar los productos del campo y el cierre de esos ramales ferroviarios provocaron que luego de una rápida expansión y crecimiento en la década de 1930, comenzara un lento declive que lo llevó al límite de su desaparición.

Así como varias otras poblaciones similares a esta, una nueva forma de desarrollo surgió en los últimos años, se reconvirtió en un pueblo más de los integrantes del grupo llamado “pueblos gastronómicos”.

Capilla San Carlos Borromeo - construida en 1895

Tanto en su pequeño centro comercial como en los alrededores abrieron sus puertas más de una docena de restaurantes que ofrecen gran variedad de platos, típicos de la región como el asado, el locro o las empanadas y también recetas elaboradas que amplían la carta para atraer a los más exigentes.

Estufa rusa, con sistema de tiraje en serpentina que permitía un gran ahorro de leña, servía para cocinar y para calentar la casa en invierno

La población estable no supera los 500 habitantes y es por eso que se lo llama “el pueblo del silencio” la escasa cantidad de vehículos y personas circulando ayudan a que el entorno sea apacible y silencioso.

Pero no todo es comida en el pueblo, también hay un museo, una plaza, una iglesia antigua, una feria de artesanos y hasta un establecimiento de cultivo de hongos comestibles.

Museo - réplica de un bar de época

El museo está dentro de la antigua estación de trenes y entre otras cosas se puede observar la reconstrucción de un bar de época, una estufa rusa que además de calentar el hogar servía para cocinar y varias otras particularidades del antiguo poblado y las pertenencias de sus pobladores.

Para el final dejé el comentario sobre los restaurantes y la comida, elegimos uno que nos pareció más tradicional, un poco retirado del centro donde se encuentran la mayoría y que tienen gente en las respectivas puertas de acceso con la misión de tentar al visitante para que ingresen a su establecimiento.

La mayoría tienen servicios parecidos y si bien se puede comer a la carta, ofrecen un menú de tenedor libre muy abundante y variado. El que finalmente elegimos además ofrecía sus amplias instalaciones exteriores para después del almuerzo donde se podía conversar en cómodos sillones y tomar mate con todos los elementos provistos por el propio restaurante.

Calles de tierra, pocos pobladores y ambiente sereno y silencioso - para disfrutar

El paseo por el pequeño pueblo es tan gratificante como el almuerzo y es ideal para ir con amigos y familiares, para sumergirse en el ambiente apacible y silencioso del lugar y olvidarse por un día del ajetreo de la ciudad.

Como remate dejé una curiosidad respecto del nombre del pueblo, Carlos Keen fue un abogado nacido en el siglo XIX que jamás estuvo en el pueblo ni colaboró con su creación, pese a algunas explicaciones que me dieron en el museo, no me quedó claro porqué le pusieron su nombre.

Las fotografías son de mi propiedad.
Héctor Gugliermo

@hosgug