Los días pasaron y Ana volvió. Las personas que la vieron, dijeron que ella salió de la nada. El camino que transitaba al correr estaba desierto un segundo y al siguiente, Ana se materializaba.
Ana siguió con su ruta y al llegar al punto de encuentro con su novio y su hermana, se sorprendió de no verlos. Un par de transeúntes, conscientes de su desaparición, llamaron a la policía. Mientras ella esperaba a su familia, un par de patrullas llegaron y la detuvieron para llevarla a la estación.

Llamaron a su hermana y a su novio quienes no perdieron el tiempo y llegaron a los pocos minutos. La mujer tenía la misma ropa del día que desapareció. No se veía cansada ni tenía heridas de ninguna clase.

—¿Qué fue lo que le pasó? —preguntó su novio.

Cuando escuchó de parte del agente encargado la explicación que Ana les había dado, se preguntó si era parte de una broma.
—No, eso fue lo que ella contó.

Cuando regresaron a la casa donde Ana y su novio vivían, él le compartió a su cuñada lo que la policía le dijo.

—¿Crees que hay que llevarla con un doctor?

—¿Hablas del loquero? —preguntó ella arqueando las cejas?

—¿Le ves sentido a lo que dijo?

Ana, según la policía, siguió la ruta ya conocida y, siguiendo el itinerario, corrió y corrió hasta que llegó al punto donde debía encontrarse con su familia y no los vio por ninguna parte. Se quedó esperándolos hasta que llegaron las patrullas y se la llevaron. Rubén le devolvió el Ipad con los audífonos.

Los ojos de Ana brillaron. Ella recordaba que lo tenía y que, de un momento a otro, se le cayó o algo así. Le agradeció y buscó el cargador para poder usarlo.

Según Ana, nada raro pasó.

Los cinco días de ausencia pasaron de forma lenta y desesperante. Rubén hacía su vida, mirando a todos lados, esperando ver a Ana por suerte. Sara también era acunada en los brazos de la tristeza.

Sin embargo, Ana seguía con su rutina, soportando las preguntas que le hacía la gente y sin ánimos de responderlas.