Las sonrisas van escaseando y las cabezas declinando, nadie levanta la voz, ahí van arando el camino del día en silencio, cada quien resguardando como oro su interés, caminando solos sin mirarle la cara al que alcanzó el mismo compás de sus pasos.

Los buenos días van escaseando. Las conversaciones son vacías, los mismos temas de días anteriores se van acumulando, se convierten en meses y años. Se sabe lo que dirá y se sabe lo que el otro responderá. Sumergidos en un letargo social, como esperando la sentencia final de poder ir a “descansar en paz”. Pero no hay voz que rompa ese silencio, no hay voluntad que rompa el himen desdichado que oscureció su ardor. Vi acabar el día y vi nacer la resignación de aquellos que observaba, todos terminaron aceptando la realidad que vivían. Nadie se atrevió a perturbar el “silencio”.

Los sueños van escaseando. Ya nadie queda arropándose en ilusiones futuras. Ya no se escuchan niños deseando ser al crecer. Las voces de los soñadores enmudecieron. ¿A dónde quedaron las fantasías por cumplir, las listas por tachar, las metas por alcanzar y los planes por idear? Sólo veo cabezas agachadas, pies arrastrados con desconsuelo, pensamientos repetidos en mentes diferentes. Los veo recorrer el mismo camino de ayer, acomodando sus pasos en la misma posición, con la misma actitud. No hay cambio, no hay sueños, no hay progreso y la luz también va escaseando.

El criterio propio desapareció y la conformidad social ahogó sus convicciones. En decadencia veo caer lo que algún día fue próspero, lo que algún día estuvo vivo y gritaba de alegría, saltaba con emoción queriendo ser escuchado, queriendo ser el protagonista de ideas superlativas. Sigo viendo la apatía estrangular las buenas intenciones. Nadie abandona su confort para correr el riesgo de innovar, de alcanzar los deseos, de perturbar el silencio, de mantener conversaciones nutridas y hacerlo saber a muchos.

¡DESPIERTEN!