Hola a todas y todos en esta linda comunidad. En esta oportunidad, publico mi entrada al concurso “Una imagen, una historia”. Aprovecho para dar gracias a @franyeligonzalez por este concurso, fue una hermosa experiencia de creatividad y escritura.

¡Espero les guste!

Él había nacido para ser feliz, para entregar felicidad, para dibujar sonrisas. Su vida transcurrió en medio del amor, de la paz. Su madre y su padre sabían que habían traído luz al mundo a través de su presencia. Sus ojos irradian plenitud, su alma libre de sentir, su humanidad se refleja a través de las alegrías de la gente. En su juventud, decidió que estaría vivo siempre que pudiera escuchar risas a su alrededor, ya lo sé, pensó: “un payaso seré”.

Aprendió toda clase de gestos, técnicas, movimientos, acrobacias, se convirtió en el rey del circo de su pequeña ciudad, todos lo querían, lo buscaban para conectar con su alegría, para sentirse vivos. Los niños deseaban jugar con él, los abuelitos esperaban con ansias su visita, los niños del hospital se sentían mejor cuando él los llevaba a otros mundos a través de las risas, olvidando el dolor de sus cuerpos. El parque principal de la ciudad, se llenaba todos los domingos, sólo esperando ver el increíble y fascinante show de Cecilio, el más alegre de la ciudad.

Dos veces por semana iba Cecilio al hospital. Ese día, fue un miércoles lluvioso, nublado, frío. Cecilio se preparaba para su visita al hospital, guardaba todos los implementos en su muy reconocido maletín color café, escogía entre muchas la nariz roja del día, buscaba su más colorido traje, sus zapatos más grandes y adornados. Siempre se las ingeniaba para llevar el mejor show, para sacar las sonrisas más grandes, cada espectáculo era diferente de otro, las personas no entendían cómo lo hacía, pero él lo lograba.

Ese día, durante su vistoso show, entre risas y carcajadas de los presentes, su vista se volcó hacia ella. Intranquilo, angustiado, alargó su show para intentarlo, hizo nuevas formas con sus globos, probó trucos especiales, contó sus mejores chistes. No lo logró. Ella no sonrió. Su corazón agitado, no entendía qué sucedía, él le había dado sonrisas siempre a todos. Esta era la primera vez que su luz no iluminaba a alguien, ni el más mínimo vestigio de sonrisa, ni la más pequeña señal de alegría.

Al finalizar el show, él se acerca a ella. “Hola”, le dice. Ella no responde. Él se queda a acompañarla. Pasaron unos minutos, él necesitaba entender por qué ella no había reído, si todos siempre lo hacen. ¿“Te puedo preguntar algo”?, ella asiente con un mínimo movimiento de hombros. “Hoy no has reído, cuéntame, ¿así de malo estuvo”? Ella responde, con la voz baja, casi sin ánimos de moverse, como quien lleva el dolor acumulado en el cuerpo “Casi nunca he sonreído en mi vida, no sé de qué se trata, no sé hacerlo”.

La respuesta dejó a Cecilio inmóvil. Casi imposible de entender para él. Se quedó en blanco, no le salía una palabra, un gesto. No podía hablar. Era la primera vez que sentía el dolor, profundo, de otra persona. Toda la alegría que lo caracterizaba, todo lo que él era, se derrumbó al escucharla, no entendía, no sabía qué hacer. “Siempre sé qué decir, que movimiento hacer para generar alegría, es como si todo se me olvidó…” Ella le dice, “no te pongas así por mí, puedo notar tu angustia, tal vez la vida no nos ha permitido sonreír a todos”.

Cecilio, con voz temblorosa, la garganta seca y el corazón latiendo a mil por hora, le dice “No te miento, es difícil para mí una vida sin sonreír. Hoy no te he visto sonreír, y es como si me hubiesen destrozado el corazón”. Ella contesta: “Mi corazón está así desde que tengo memoria, destrozado, imagina vivir una vida así”. Cecilio, quien no quería incomodarla más con la conversación, continúa: “No puedo ni imaginarlo, sólo me queda darte gracias por hablarme, a pesar de todo lo que sientes, ¿puedo venir a verte mañana?”. Ella asiente de nuevo, moviendo sus hombros y desviando la mirada.

Cecilio no durmió esa noche. Se levantó muy temprano para alcanzar el horario de visitas de la mañana. Ella le pregunta: “¿Por qué viniste? crees que puedes ayudar, yo no lo creo”. Cecilio, sintiendo los nervios entrando en su cuerpo, le dice “No te niego, si siento que puedo ayudarte, puedo ser sólo un amigo con quien hablar, o sentir algo de compañía, creo que lo mereces”. Ella, haciendo un recuento en la mente de su vida, donde memorias como flashbacks iban y venían, “no sabría por dónde empezar”, dijo. Eva había vivido una vida de dolores, de soledad, de maltratos, de diagnósticos, su vida le pesaba, sentía que vivía por inercia, sólo porque su corazón latía, y los intentos de no estar en este mundo no habían funcionado.

Así, pasaron los días, Cecilio iba a visitarla, algunos días sólo para compañía, otros días para conversar. Pasaron los meses, indicios de sonrisas iban naciendo, ella sentía que no lo merecía, él le hacía ver todo lo que merecía, ella no le creía, él seguía intentando, ella, de a poco, intentaba.

Pasaron más meses, la hora de salir del hospital había llegado. Ella sentía nostalgia de irse, asustada de lo que venía, y algo de alegría, más bien, bastante alegría, tanto que no podía creerlo. La luz de Cecilio había logrado entrar de a poco, en su corazón destruido, entre las grietas profundas y robustas, había empezado a reconstruirse, había conocido, por primera vez, el amor. Cecilio y Eva sentían que ya no podían estar separados, querían continuar acompañándose, querían que las alegrías siguieran naciendo, querían pasar la vida juntos. El alma de Cecilio sólo podía amar a Eva, el alma de Eva renacida de sus cenizas, quería ese amor, para siempre. Ella se puso su vestido favorito, él le llevó girasoles, las flores favoritas de Eva, y juntos, de la mano, comenzaron una nueva vida, una feliz y hermosa vida.