¿Hasta Dónde Llega una Madre por su Familia? - Historia Real

in #spanish7 years ago

Esta es la historia de Joselín. De todo lo que hizo por su familia.

Los nombres fueron cambiados a petición de la protagonista.

La noté un poco angustiada, un tanto desesperada por contarme; eso me intrigó muchísimo.
Después de algunas palabras introduciéndome a su relato, la llamé para atenderla mejor. Ella comenzó a contarme…

Parte 1 - Contra Reloj

“Esta parte de mi vida que te voy a contar, es la más dura, comienza cuando me caso con Roberto y me voy a vivir a Quito. Con él tuve a mi hija, que es lo único bueno de ese matrimonio. Terminamos muy pronto, apenas dos años. El me maltrataba, verbal y físicamente. Yo no tenía a nadie en Ecuador, estaba muy sola. Cuando hablaba por teléfono con mi madre ni se me ocurría contarle, sería preocuparla sin que me pudiera ayudar.

Soporté muchas humillaciones en esos dos años, hasta que agarré fuerzas y me fui a Venezuela. Allá llegué donde mi madre en Mérida, era el único lugar donde podía llegar. Mi padre casi ni me habla, vive en otra ciudad con su mujer.

Al llegar con mi hija, me entero que el dueño de la casa, donde vivía mi madre, le dijo que iba a venderla y necesitaba que la desalojara. Le daba un mes para mudarse completamente. Mi hija y yo apenas teníamos dos semanas de haber llegado y eso causó una gran preocupación en nosotras, añadido a todo lo que venía viviendo era devastador.

Comenzamos a buscar vivienda, no conseguíamos nada y el tiempo pasaba. Paralelamente hablé con un abogado, para que me asesorara a conseguir más tiempo, en caso de no encontrar donde quedarnos. En una de las citas con el abogado, conocí a Néstor que era asistente en aquella oficina. Me enamoré de él, fue muy rápido, algo que nunca me había pasado. Él también, fue mutuo y en el mismo instantes. Néstor sería mi apoyo de ahí en adelante.

Faltando una semana para cumplirse el plazo, tocaron la puerta, muy temprano, con fuerza. Era el dueño acompañado de militares y una mujer de servicios sociales. Sólo nos dijo que teníamos cinco minutos para salir. Me entró el pánico, mi hija asustada me preguntaba qué pasaba, mi madre llorando les gritaba que se fueran. Sólo me quedó arrodillarme a los pies del dueño y suplicarle que nos diera más tiempo. Se negó y los militares comenzaron a sacar las cosas. Todo era una locura, como una pesadilla, pero no despertaba, quería despertar.

En pocos minutos estábamos a fuera, con parte de nuestras cosas regadas por la calle. No entendía nada, cómo llegamos a ese punto, qué estaba pasando con nuestras vidas, qué haríamos ahora. En ese momento se acerca la mujer de servicios sociales y me pregunta dónde va a vivir la niña. Cómo saberlo, ni sé que está pasando, no teníamos a donde ir. La mujer dijo que se tenía que llevar a mi hija. Mis gritos se escucharon en toda la calle, no dejaría que se la llevaran, primero muerta. En eso, una vecina dijo que nos quedaríamos con ella, fue la salvación, un milagro salvó nuestras vidas. Me dieron veinte días para conseguir vivienda o me quitarían a Victoria.

Ese milagro sólo me dio un respiro momentáneo. Tenía que moverme rápido o perdería a mi hija. Además la situación de convivencia no era fácil, estábamos estorbando o eso sentía. Resolver de inmediato era obligatorio, no sólo por mi hija sino también por mi madre.

Pasaron los días y nada, sólo me quedaba una opción. Entre el desespero llamé a Roberto quien me sugirió una solución; la repatriación de Victoria. A mi Ecuador no me gustó, imagino que por lo vivido; pero nada podía ser peor que lo que estaba pasando. Así que me puse en eso y fui al consulado.

Al día siguiente salí a las 2:00 de la mañana a Caracas, me quedé sentada en la puerta del consulado hasta que llegara la Cónsul, no me movería de ahí hasta hablar con ella. Llegué y no me querían atender, me dijeron que necesitaba una cita, ¡Por Dios no tenía tiempo de esperar una cita! Tenía dos semanas para conseguir donde dejar a Victoria. No me importaba dormir debajo de un puente, mientras ella estuviera segura. Llamé a los padres de Roberto, los abuelos de los niños, les conté todo lo que pasaba llorando y me dijeron que me ayudarían, que si conseguía como sacar a Victoria, ellos se encargarían hasta que pudiera recogerlos. Vinieron los guardias y llorando les expliqué, finalmente la secretaria de la Cónsul me hizo pasar y me dio agua para calmarme.

La Cónsul me dio diez minutos para hablar con ella, le expliqué que mi hija estaba en situación de calle, que necesitaba repatriarla o me la quitarían, que me quedaban dos semanas. Me juró que me ayudaría, que recibiría una respuesta pronto.
Esperé, mucho para mi dolor, para mi angustia, para mi desespero. A los dos días recibí la llamada del Consulado. Aceptaron repatriar a Victoria. Respiré, suspiré, otro pequeño milagro en medio de la tormenta. La condición es que tenía que ir acompañada y además pagar la mitad del boleto de Victoria, ellos costearían la otra mitad.

Cada milagro parece que me llegaba con un reto mayor. ¿Dónde conseguiría el dinero? No tenía trabajo y todos mis ahorros los había gastado en llegar a Venezuela.

Llegó el tercer milagro. Los abuelos de Victoria pagarían el resto del viaje. Pedirían un préstamo al banco. Todo se solucionaba, bueno, eso creía.

El nuevo reto que apareció era la llegada. Victoria se quedaría con sus abuelos mientras yo me establecía. No tenía a donde llegar, la única ventaja es que contaba con residencia y permiso de trabajo en Ecuador.

Recordé que mi padre tenía unos amigos en aquel país y me tragué el orgullo para llamarlo. Hablamos y me dijo que me ayudaría. Al día siguiente ya me tenía respuesta, un nuevo milagro con el ofrecimiento de sus amigos para darme alojamiento, aunque fuera en una ciudad distinta a la que viviría Victoria.

Entre tanto, Néstor me dice que está dispuesto a irse conmigo y me pide matrimonio. Dios mío, cuantas emociones juntas. Acepto, lo amaba, lo amo. Nos casamos antes del viaje. Yo me adelantaría mientras él reuniría para su pasaje.

Parte 2 - La Primera Vez

Finalmente llega el día, despedirme de mi esposo a menos de una semana de haberme casado fue muy duro, pero más duro fue llegar a Ecuador con 50 dólares y despedirme de mi hija sin saber cuándo la volvería a ver. Fue muy duro escuchar su llanto, irse con gente desconocida para ella, pues casi no convivió con sus abuelos mientras vivimos allá.

Esos llantos de Victoria gritando: "mamá no me dejes, por qué te vas, no te vayas", me desgarraron el corazón, ahí supe que tenía que hacer algo pronto. No tenía dinero ni trabajo. Mi esposo en otro país, mi hija en otra región con gente extraña para ella y yo sin saber cómo la tratarían, si le tendrían paciencia, le harían cariño, o si la consolarían por la noche.

Escuchaba sus llantos todas las noches, no tenía internet, no tenía como comunicarme con ella. Me llevé un teléfono pero no tenía línea Ecuador y la casa donde me quedaría esos días quedaba en el campo, no había ni una esperanza de comunicarme con mis hijos ni mi esposo. ¿Cómo sabría que llegue bien? Todo eso me tenía muy preocupada.

Al día siguiente, la señora donde me estaba quedando, me llevo al centro del pueblo y pude llamar con las últimas monedas que me quedaban. Le dije a mi esposo que llegue bien, cuanto lo amaba y lo mucho que lo extrañaba. Llamé a mi madre y por último a mi hija, le dije que la quería, que no la abandoné, que pronto estaría con ella, que lo lograría como sea.

Comencé a caminar todas las calles del pueblo y no había trabajo. Lo que sí conseguí fue una biblioteca con internet gratis. Intenté la búsqueda por ese medio sin buenos resultados. Los pocos trabajos me pagarían al mes y yo necesitaba dinero rápido, no tenía para pasajes Para colmo los abuelos de Victoria me dijeron que necesitaban pagar una guardería, porque no podían cuidarla todo el día. Deje de buscar por internet y agarré el periódico, busqué y busqué y vi un anuncio que decía: "café necesita jovencitas de buena presencia, para trabajar como anfitrionas. Se paga diario más comisiones" El café quedaba en Quito, donde vivía Victoria.

Recordé que tenía una amiga del tiempo que viví allí y la llamé. Le pregunté si podría quedarme unos días en su casa y un nuevo milagro llegó. Aceptó, siempre que no pasara del mes. Con toda la vergüenza del mundo, les pedí dinero para el pasaje a las personas que me dieron hospedaje.


Nunca imaginé lo que era. Al llegar conocí la realidad. Tendría que trabajar en ropa interior, atendiendo a hombres que me manosearían todo el día, a los cuales tendría que convencer para que consuman más en el café. No sabía qué hacer; la oferta era tentadora pero era mucho para mí, no me criaron así. No nací para eso. Amaba demasiado a mi esposo para dejarme manosear por otros hombres.

Me retiro caminando del lugar y pensando miles de cosas: lo que me habían inculcado en mi familia, los valores, mis creencias, mi pudor, haber estudiado dos carreras para terminar así.

Por otro lado veía la imagen de mi esposo y mi hija juntos en una casa, riendo y jugando. Respire profundo y volví, le dije a la señora que me entrevistó que sí lo haría, que debía tenerme paciencia porque eso era nuevo para mí. Llamé a mi esposo por wifi a WhatsApp; me notó algo triste. Le dije que conseguí trabajo con desánimo en mis palabras. Se emocionó hasta que le mencioné que era atendiendo un café en ropa sexy, sólo eso. Con la voz temblorosa me preguntó si no había otro trabajo. Le respondí llorando que necesitábamos el dinero ya, que quería a mi hija y a él a mi lado, no soportaba más la idea de seguir viéndolos lejos de mí, eso me estaba matando. Me dijo cuanto me amaba y que confiaba en mí.

Seguí llorando por unos minutos, luego me sequé las lágrimas y dije que no volvería a llorar más. Que ahora sería fuerte y que no descansaría hasta ver cumplido mi sueño, cueste lo que me cueste.

Esa noche seleccione mi ropa interior más bonita. Me daba mucha rabia que la había estrenado la noche de mi matrimonio, y que tenía un bonito recuerdo con ella. Guardé todo en una mochila; perfume, jabón y todas las cosas que probablemente necesitaría. Al día siguiente me maquillé, me arreglé el cabello y salí a trabajar. Cuando llegué al sitio, vi que había otras chicas, cuya cara y expresión, eran como si les hubiesen robado el alma.

Me fui a sacar la ropa, me puse los tacones, solté mi cabello, respire profundo y finalmente salí; me sentía tan incómoda. Traté de mentalizarme que estaba en la playa en traje de baño y que nada malo estaba pasando.

Finalmente un hombre me escoge y pide que me siente en sus piernas. Yo trato de disimular mi molestia, sonrió y me empieza a tocar, comencé a sentirme muy incómoda. Voy por un momento al baño; ahí estaba una compañera y me dice, que imaginé que estoy haciendo una película cuya escena es así, que debo ser una buena actriz. Respiré profundo y volví a sentarme. Me concentré en mi personaje, interpretaba una mujer ardiente, llena de fuego y pasión. Logré que el hombre consumiera bastante.

Así fue pasando día tras día, cada vez era menos difícil. El pote del dinero fue subiendo y subiendo. Lo primero que hice, fue llevar a mi hija a pasear. Seguí juntando dinero, en sólo tres semanas había conseguido tener para el pasaje por tierra de mi esposo, el mes de garantía y el mes de arriendo de un apartamento, la mensualidad de la guardería, más cien dólares que le mande a Néstor para gastos del viaje

Mi esposo llegó a Quito y pido permiso para recogerlo en el aeropuerto, pero no me lo dan. Igual voy, no podía creer estaba ahí, que emoción.

Llegamos al apartamento. Trataba de olvidar las escenas con los clientes, él estaba loco por tocarme, sentirme y tantas cosas. Me mentalice, que tenía que pensar sólo en él y en lo que estaba pasando en ese momento. Logré borrar de mi mente esos instantes y disfruté su compañía.

Al día siguiente cuando llegué al trabajo, mi jefa me dijo que estaba despedida. Fue muy duro, pues gasté todo el dinero en el viaje de mi esposo y en todo lo demás. Otra vez no sabía qué hacer, pues ahora no sólo era yo, sino éramos dos que teníamos que comer, mientras él conseguía un empleo.

Comencé a buscar otro sitio similar. Había uno en la misma zona y cuando hablé con el dueño me dijo que en ese café no sólo eran caricias, sino que debía tener relaciones. Me horrorice y seguí buscando y no conseguí otro café. Finalmente y con la cara gacha, llena de frustración, me devolví al lugar, donde empezaría al día siguiente.

Llegó el día, cuando hice lo más difícil de toda mi vida. Sólo mis pensamientos, donde estaban mi esposo y mi hija felices conmigo, me mantuvieron fuerte. Aprendí a trasladarme a otro tiempo y lugar mientras me acostaba con los clientes. Pude bloquear mis sentidos, el tacto, oído, el gusto, la vista y hasta el olfato. No podía permitir que ningún recuerdo quedara en mí. Nunca volví a llorar. Me hice fuerte, muy fuerte. Tenía una doble vida, donde interpretaba un personaje bien pagado, tanto que sólo tuve que soportar esa experiencia por tres meses. Se dice fácil, pero era día tras día, acostándome con al menos cuatro hombres.

Ya han pasado dos años de eso. No me arrepiento. Logré el sueño de estar con mi familia. Los cuidé y protegí. Ahora ellos me consienten a mí. Ya tenemos la estabilidad que deseamos y puedo ayudar también a mi madre, que pronto la traeré. Nadie nunca supo mi historia y fue un alivio contarla, gracias.”

Cuando tengas algo que te presiona por dentro, sácalo a la luz. Busca a alguien y cuéntaselo, no te quedes con ningún dolor.

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Wow, tremenda historia. Y uno a veces se victimiza cuando hay personas en peor situacion que la nuestra...

Por eso hay que vivir con responsabilidad y no con victimismo, un abrazo

Impresionante lo que puede ocurrir en una vida común, jamás se puede imaginar la penas o alegrías que a otros le acontecen... pero más allá de todo, lo importante es continuar.
Me gustó la historia @danielvehe

Muchas mujeres pasan por esto, es lo que le dije, porque es la verdad. No debe sentir culpa de nada y como tú dices, lo importante es continuar

Excelente trabajo querido amigo @danielvehe, gracias por enseñárnosla.
Te deseo un hermoso fin de semana.

Muchísimas gracias amigo @jlufer igual para ti, un abrazo

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