Desde que a primera hora de la mañana llegó la imagen del cuadro a su teléfono con esa leyenda abajo: Daum se casa con su autómata pedante "George" en mayo de 1920, Damelis supo con despampanante certeza que esa vaina eran cosas de Julio Rafael. Quién más podía ser. Él era el único pintor que había en el pueblo y el único novio que ella había tenido antes de que llegara George, su adorado francés, el botánico que hace dos años apareció por estos predios y se quedó.

Claro, a ella le había cambiado el nombre, en lugar de Damelis había colocado Daum, pero a George no le había quitado ni una letra, allí estaba su nombre completico; y eso de decir que la boda sería en mayo de 1920 podía despistar a cualquier otro, pero a ella no, ni que fuera tan tonta; ese año tan lejano sugería que su George parecía un hombrecito sacado de otra época; ya eso se lo habían dicho varias veces hasta sus mejores amigas, así como quien no quiere la cosa: George es como un caballero de esos de las películas; ay, ese novio tuyo se parece a esos próceres que aparecen en los libros… Cosas como esas le comentaban a cada rato, pero ella sabía que era por pura envidia.

Todos los lugareños se burlaban con taimada malicia de los gestos demasiado afectados de George; algunos se ponían, incluso, un pequeño sombrero como el que solía llevar aquel hombre tan formal y remedaban su forma de caminar, su cuidadosa manera de llevarse los alimentos a la boca y hasta el modo en que hablaba. Julio Rafael, según le comentó a Damelis una de sus primas, dibujó una caricatura en la que aparecía el francés como una marioneta, mientras ella manejaba los hilos de aquel singular muñeco; la cargaba en el bolsillo y se la mostraba a los amigos para reírse, pero nunca se atrevió a publicarla en las redes sociales como hizo ahora con el cuadro y su tendencioso título.

Ya eso no se podía tolerar, todo el pueblo se estaba riendo en aquellos momentos de ella y de su George; por eso Damelis entró furibunda al cuartucho donde pintaba Julio Rafael y, sin ningún preámbulo le dijo: Dónde está, que te voy a romper el cuadro ese en la cabeza. Él se sorprendió, le dijo que no sabía de qué le hablaba y continuó enfrascado en el lienzo que tenía sobre un caballete. La mujer comenzó, entonces, a registrar desaforada todas las obras que se encontraban amontonadas en el recinto hasta que encontró, debajo de un montón de cartones, el extraño cuadro con el autómata y la mujer en paños menores.

Julio Rafael corrió alarmado y se lo quitó de las manos: Cuidado con ese cuadro que ya está vendido, le dijo ahora con una determinación que la dejó por unos instantes desarmada, pero inmediatamente el pintor señaló hacia la puerta: allí viene el comprador. La mujer quedó ahora atónita porque en la puerta estaba George con el dinero en la mano para cancelar la pintura.

Hola, amor querido, dijo el francés remarcando las erres con su acento extranjero, ¿ya te enteraste de que compré este interesante cuadro? En este pueblo es imposible dar una sorpresa. Damelis volteó a mirar la pintura y respondió: ¿Tú lo compraste? Ay, ese es uno de los pocos cuadros de Julio Rafael que me ha gustado, señaló con un tono tan convincente como meloso. Le dio un beso, se le colgó del brazo y salieron felices a buscar un sitio en la casa donde colgar aquella magnífica obra.

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Invito a la amiga @marialexandra a participar en esta edición de Arte y escritura.