Para los amantes del séptimo arte de las películas en general, hace unos años no podía pasar mucho tiempo sin que fuésemos al cine a ver las películas de estreno en cartelera. Recuerdo que la primera vez que mi niña fue al cine fue invitada por la hija de la actual esposa de mi papá. Entró como si tuviera mucha experiencia en el hecho, parecía llevarlo en la sangre.

En mi caso, tuve una época en que iba hasta dos veces a la semana a disfrutar al cine. De un tiempo para acá, sin embargo, este ritmo cinéfilo disminuyó drásticamente, y las películas de acción, romance y misterio en mi hogar también se redujeron para dar prioridad a las series animadas y películas para niños.

Durante la época de la pandemia en que estaban superadas las primeras fases de confinamiento estricto, nuestros hábitos volvieron a los tiempos en que mis amigas Dainnyng y Lisa venían a casa de mi mamá a ver películas. Dainnyng estaba de vuelta esa temporada en casa de su mamá, al igual que yo, en la misma urbanización donde vive Lisa, así que no había que preocuparse por transporte. Alguna preparaba cotufas y yo un ponqué o mi especialidad del momento: topocho chips. Mi hija se ocupaba de organizar la logística en cuanto a bioseguridad.

Entre las últimas pelis que disfrutamos en esta modalidad están Soul, Jungle Cruise, The Croods 2, Cruella De Vil y Luca. Generalmente cerrábamos la velada tomando una infusión de hojas de guanábana para dormir bien relajadas.

Con el boom de los canales streaming, servicio con el cual nosotras no contamos, ya no transmiten muchas películas animadas en los canales de cable. Tampoco hemos podido volver al cine. Por ello mi hija hace una semana estuvo muy feliz de compartir con sus amigos una mañana de cine en su colegio en una actividad pro-fondos del Departamento de Pastoral en la que proyectaron la película El Gato con Botas - El último deseo. La entrada incluía un combo de cotufas acarameladas, tostoncitos, bolitas de chocolate y chupetas.