Gingerbread dolls

I walk under the sun. Among stained glass windows and exposed bellies. The red of the windows allows you to enter multicolored paradises. Everything is sellable these days. I detach myself from the old man dozing at the bus stop. Tame beast surrendered in the arms of flabby reapers. I see how he is bordered like a gray stain on the floor. I imagine myself walking the streets of Amsterdam. It's a strange sensation of pins and adjacent projections in the brain.

But my reality is different. I'm out in search of ginger. We can consume it or simply grind it into a kind of paste for painting. You can paint with this, right? I walk along paths of death and tobacco. It's all innuendo. Lightness. Asphalt. May I ask: Do you have any ginger? I've been told, fucking crazy back. I knew the answers to any question. I am God at this latitude, where the unbelievable happens. I could ask for bags of potatoes of any citizenship. But I know the answers, do I need a fucking pack of gingersnaps? They point me in some or no direction. I subtly visit the spaces. Blankets with saints, where to leave money for charity or faith. I could ask for ginger. But the civic idea of seeing children asleep on the floor. I get back a deformed enlargement of another reality. One less lithographic and more commercial. I would close my eyes and I could still imagine, the pitched representation of a battle in the Netherlands, from some century. But I could still see these little suns wandering around the stage.

I come remembering the breasts of these dolls smeared with ginger jam. Their choreography, satirical. Melodic sirens.
I return on the sidewalks. Dust recreates that dense atmosphere you recognize as smog. I can calculate the edges of any irregular polygon. Hunt asteroids. Cool the snow. But by all accounts I return empty-handed. I can redeem some skinless dog. His eyes as clear as any of these living, smoking weed and deporting himself to the dimension of fear. I've broken several paintings. I just need a few drops of ginger, to forget that today is Monday and the afternoon is dying.

Camino bajo el sol. Entre vidrieras y vientres expuestos. El rojo de las vidrieras te permite entrar en paraísos multicolores. Todo es vendible en estos días. Me desprendo del viejo que dormita en la parada. Bestia mansa entregada en brazos de parcas flácidas. Veo cómo es bordeado como una mancha gris sobre el piso. Me imagino caminando por las calles de Ámsterdam. Es una extraña sensación de alfileres y proyecciones adyacentes en el cerebro.

Pero mi realidad es otra. He salido en busca de jengibre. Podemos consumirlo o simplemente triturarlo hasta formar una especie de pasta para pintar. ¿Se puede pintar con esto, cierto? Camino bordeando senderos de muerte y tabaco. Todo son insinuaciones. Levedad. Asfalto. Puedo preguntar: ¿Tienes jengibre? Me han dicho, puto loco de vuelta. Conocía las respuestas para cualquier pregunta. Soy Dios en esta latitud, donde lo increíble sucede. Podría preguntar por bolsas de patatas de cualquier ciudadanía. Pero sé las respuestas. ¿Necesito un jodido paquete de jengibres? Me señalan en alguna o ninguna dirección. Visito sutilmente los espacios. Mantas con santos, donde dejar dinero por caridad o fe. Podría preguntar por jengibre. Pero la cívica idea de ver niños dormidos en el piso. Me devuelven una ampliación deforme de otra realidad. Una menos litográfica y más comercial. Cerraría los ojos y podría seguir imaginando, la representación campal de una batalla en Países Bajos, de algún siglo. Pero aún podía ver estos pequeños soles deambular por el escenario.

Vengo recordando los senos de estas muñecas embadurnadas de mermelada de jengibre. Su coreografía, satírica. Sirenas melódicas.
Regreso sobre las aceras. El polvo recrea esa atmósfera densa que reconoces como smog. Puedo calcular las aristas de cualquier polígono irregular. Cazar asteroides. Enfriar la nieve. Pero a todas luces regreso con las manos vacías. Puedo redimir algún perro sin piel. Sus ojos tan limpios como los de cualquiera de estos vivos, que fuma hierba y se deporta a la dimensión del miedo. He roto varios cuadros. Solo necesito unas gotas de jengibre, para olvidar que hoy es lunes y que muere la tarde.