¡El pueblo va a explotar!

in #castellano6 years ago (edited)

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Desde el patio miraba atento hacia donde estaba el pueblo, unos cinco kilómetros más allá. De día solo se veía monte y el cielo azul intenso iluminado por el sol tan característico de la región zuliana, en Venezuela. Pero de noche el resplandor de las luces artificiales coronadas por la titilante roja de la antena delataban un asentamiento humano. Su mamá lo llamó, pero ni siquiera respondió un “ya va”, no pretendía perderse la explosión.

La emergencia comenzó temprano, casi al mismo tiempo que la lluvia. Ya habían entrado a clases en la escuela, muy grande para el tamaño del pueblo, y las maestras escribían en los pizarrones verdes con tiza blanca.

Alfredo no tuvo clases, pues su maestra del cuarto grado no pudo llegar, así que desde la casa de un compañero del salón llamó por teléfono fijo a la finca y le avisó a su padre, a quien ahora sí podría acompañar en sus diligencias en Maracaibo, la capital del Zulia, a casi una hora de camino. Le encantaba ver la ciudad, la gente, los edificios y el tráfico, pero durante el trayecto se dormía.

Ya la lluvia era copiosa, y la pickup en la que viajaban tuvo una falla mecánica. Su padre revisaba el motor, el carburador, la batería… algo que le permitiera encender el vehículo para seguir el camino. Alfredo se quedó resguardado en la cabina. Era jueves, y si mojaba el uniforme no podría ir a clases el día siguiente. Además, no quería un regaño de su madre.

Ignoraba que afuera, bajo la lluvia, su padre se afanaba con desespero a encender el motor a como diera lugar. Finalmente lo logró. Subió y arrancó en carrera. Le reveló lo que los conductores de otros carros le gritaban al pasar: ¿Qué haceis mijo?, ¡movete que el pueblo va a explotar!


La Paz se convirtió en un campo petrolero cuando la holandesa Shell descubrió sus yacimientos en la década de 1920 y construyó infraestructura robusta, funcional y bonita que aún queda en pie. “Este pueblo era una tacita de oro”, recordaba siempre la madre de Alfredo. Describía las plazas llenas de verdor, las casas inmaculadas con un estilo nórdico pero adaptado al caluroso clima, y los edificios públicos perfectos. Había club de diversión con pista de bolos, cine, un comisariato (supermercado) y un tanque de agua elevado.

Todo existía a finales de los 1980 cuando el pueblo estaba a punto de explotar, pero roído por el tiempo y el olvido. Y nada funciona. Ni el cine, ni el boliche, ni el comisariato. Y la principal actividad económica era la ganadería.

La Shell abandonó el campo a mediados de los 70, tras la nacionalización de los hidrocarburos venezolanos y la gente tomó posesión de todo. Los más vivos se quedaron con las mejores casas y la indiferencia fue haciendo mella sobre el orden y la organización que se había implantado.

La planta de gas, como le dicen los residentes de La Paz, se mantenía activa a duras penas. Sus instalaciones rememoran a una pequeña refinería que bombeaba petróleo por un lado y gas por el otro. Ese gas llega al pueblo a través de un sistema de tuberías subterráneas, que no son comunes en estos parajes subdesarrollados, pero que Shell construyó.

Por eso, cuando se inició el incendio en la planta, el temor de la explosión del pueblo era tan fundado que la gente no esperó una orden oficial y comenzó a abandonar La Paz lo más rápido posible.

Cuando pasaron por la parada de autobuses, Alfredo vio a una mujer gorda envuelta en una toalla no acorde para su tamaño. Había personas que, tal vez por los nervios, solo agarraron su radio, otras llevaban un bolso y embarcaban cualquier transporte que les evitara una muerte horrible. Y quienes el desespero no les permitía esperar, iban corriendo bajo la lluvia por la calle principal, saliendo del pueblo a ninguna parte.


Con su papá, Alfredo entró de nuevo al pueblo. Llamaron a la finca desde un teléfono público. Todos los hermanos ya estaban allá, menos Heidy, la prima que vivía con ellos desde hacía un año. La buscaron con la mente puesta en que las tuberías bajo la calle explotarían en cualquier momento.

Cuando ya caía la llovizna del fin de la lluvia, la encontraron empapada, dando gritos en una de las calles más alejadas y desoladas, buscando a Alfredo. Ella nunca se enteró que él no tuvo clases.

Su padre era un buen hombre y al salir del pueblo con rumbo a la finca donde vivían subió a la pickup a cuanta persona huía del pueblo. Por eso, tardaron más de lo habitual en llegar, tanto que el sol salió radiante.

En su casa, a salvo de la explosión, a pesar de que un tubería pasaba por el frente, un par de familias amigas se habían refugiado allí. Conversaban de la posibilidad de que de verdad explotara el pueblo: Unos decían que sí, otro que no, que no había de qué preocuparse, pero tampoco se quedaron a confirmarlo.

Alfredo se aburrió y salió al patio. Si el pueblo explotaría, él quería verlo. No por morbo, ni maldad, sino por experiencia. Esperaba que no ocurriera, pero a la vez sentía la emoción de ver algo impactante, y que cambiaría la vida de todos profundamente. En vez de esperar la tragedia seguida de la muerte, anhelaba un giro, una nueva oportunidad.


La foto es de mi autoría, tomada en 2009.

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Explotó? Alfredo vivió?

Bueno, el pueblo todavía está ahí, en el mismo lugar. Pero la planta ya está desvalijada. Gracias por leer...

Es una historia magnífica en la cual el relato en si casi es lo menos importante. Nos hace reflexionar en si realmente ese imperialismo era malo en todos los aspectos o si por el contrario el mejor escenario era una colaboración con esas empresas que podían traer progreso y bienestar a unos pueblos incapaces de hacerlo por ellos mismo. Soberanía Vs. progreso. Habría tanto que discutir...
¡Te felicito por este cuento! ¡Saludos @alevil!

Hola @valki. Es cierto, da mucho para la reflexión. Es inexplicable que hace 60 años en un pueblo alejado del mundo podías jugar bolos o ir al cine y en los 80 ya no... ¿consecuencias de una política que no mira todas las aristas? o ¿la soberbia ante el progreso? Eso lo definiremos cada uno. Y ese cambio generalizado es un ambiente para un relato que habla del cambio personal e interior que unos temen y otros anhelan. Quise mostrar más contraste, pero tenía que hablar con mi madre para recordar más detalles de aquellos años dorados de los campos petroleros venezolanos. Gracias por tu mini-análisis, y el voto de @reveur y su trail. Me halagan con su apoyo.

Admiro tu capacidad para redactar historias y sobre todo atrapar al lector

Gracias por tu comentario... @marynes5. Tus palabras me animan a seguir escribiendo.

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