–Solo una hora y continuamos –dijo con su acostumbrado tono autoritario.
La música del río se dejaba escuchar muy cerca.

En el sauce donde Shúan acostumbraba a descansar estaba sentado un anciano, preparaba su caña de pescar.
Shúan le dijo al anciano que le cambiaba su sombra bajo el sauce por una moneda de oro.

El anciano sonrió y dijo que no estaba interesado, se acomodó su sombrero de copa y comenzó a pescar.

Shúan le ofreció entonces diez monedas de oro; el anciano se quitó el sombrero con mucha decencia, se inclinó hasta Shúan, y le dijo nuevamente que no.

Shúan se acercó un poco más a él y le dijo:

–¿Sabes quién soy?

–Claro, su Majestad –respondió el anciano inclinándose nuevamente.

–Entonces debes estar loco, ¿Conoces de mi poder y mi fortuna? –dijo Shúan frunciendo el ceño.

–Sí, su majestad, lo sé, pero no estoy loco. Solo que mi realidad es diferente a la suya.

–Pobre viejo –dijo Shúan tomando el puño de su espada –No entiendes que puedo desaparecerte en un segundo.

Lanzó el viejo más lejos su cordel, buscando el centro del río, y luego dijo sin mirar a Shúan:

–A veces, para siempre es solo un segundo.

Esto es imposible –dijo Shúan –Este anciano desprecia su destino y parece que su vida también.

Un pez picó en el anzuelo del viejo, visiblemente feliz comenzó a halarlo suavemente. Luego dijo:

–Solo es imposible si tú crees que lo es.

El pez era grande, muy grande e inquieto. Entonces el viejo tomó un pequeño tronco para aquietarlo.

– No perderé más el tiempo –dijo Shúan –desenfundó la espada y se vino hacia el anciano con furia.

Pero no había dado más de dos pasos cuando el anciano lo había fulminado de un certero golpe en la frente.

El anciano lo miró con dolor y dijo:

–Si conocieras el tiempo también como yo, no estarías hablando de perderlo.

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